Preparar el futuro. Una triple crisis y Europa y nuestra constitución como solución
Este otoño pasado, quizás en noviembre, en Wuhan empezó a propagarse el coronavirus. En diciembre los laboratorios chinos ya habían secuenciado el genoma pero, según parece, recibieron órdenes para destruir y no publicar. El 30 de diciembre el Dr. Li Wenliang lanzó una severa advertencia. Fue acusado de alterar el orden social: recuerden lo del orden público…falleció el 7 de febrero a los 33 años, informan que a causa del maldito virus COVID-19. Y es aquí donde empieza y en algunos países continúa la batalla entre la buena gestión responsable, el momento de confiar y dejar hacer a los técnicos, y la mala, tóxica, gestión puramente política que ha primado riesgos personales de poder, reputacionales, de partido, ideológicos, en clave de oportunidad venida del infierno, por encima de la gestión apoyada en los mejores técnicos, muchos de ellos sustituidos por otros nuevos, arribistas, serviles, ideologizados y para nada experimentados. Un buen ejemplo sería cómo ha gestionado la crisis la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el inicio del problema, adoptando una posición negacionista sobre el contagio sobre humanos cuando tan pronto como el 31 de diciembre Taiwan ya había comunicado la evidencia de esta transmisión y empezado a tomar medidas. El Director General de la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus, entre viajes de ida y vuelta a China no quiso aceptar la declaración de que el virus era una emergencia de interés internacional hasta el 30 de enero.
Dicen que el dominio del tiempo es un atributo divino y que solo los dioses, si los hubiera, pueden acertar. Lo mejor que podemos hacer los humanos es aproximarnos. Un estudio de la Universidad de Southampton que cita el editorial del Wall Street Journal del 10/04/20 sugiere que los contagios podrían haberse reducido en un 95% si se hubiera gestionado el problema, en el principio, tres semanas antes, como hicieron algunos países tomando las decisiones adecuadas. Todavía el 30 de enero el Director General de la OMS recomendaba no limitar el comercio y los movimientos de personas.
Una mirada a Europa, Japón, Corea del Sur, Irán, USA, nos descubre cómo la gestión adecuada de tiempos y medidas técnicas ha marcado grandes diferencias, especialmente el número de muertos. Habrá que hacer una revisión constructiva sobre lo sucedido para determinar responsabilidades, negativas y positivas, a la vez que preparar urgentemente un programa de actuación inmediata para corregir los errores cometidos y preparar la siguiente acometida, que la habrá. Habrá que construir un plan “de continuidad” de vida social y económica para minimizar la nueva embestida. Instrumentar ideológicamente esta desgracia mundial en favor de posiciones de poder personal y de partido, de localismos irrelevantes en el contexto de esta tragedia humana, debería ser la primera acción sancionable para permitir en el futuro la viabilidad del Plan de Continuidad a gestionar por gobiernos de amplia mayoría, de coalición, si para la misma fuera preciso. La situación no es apta para gobiernos débiles. Es necesario un amplio respaldo social para las decisiones que deberán tomarse.
Estamos acostumbrados y lo hacemos bastante bien a manejar la incertidumbre, gestionar el riesgo, medir tiempos. Pero esta pandemia nos ha introducido en un escenario en el que hay uno nuevo de muy difícil gestión: la fragilidad. En él, la gestión excelente es una exigencia frente a cualesquiera otros valores porque las consecuencias de no hacerlo así se traducirán en muertes directas por la enfermedad e indirectas por la crisis extra que la mala gestión añadirá a la inevitable que vamos a tener que afrontar. No hay margen de maniobras, el error paga carísimo.
Para gestionar bien hay que aceptar que, cuando la pandemia pase, vamos a entrar en una triple crisis económica de gran impacto sobre el Estado de Bienestar tal y como lo entienden algunos hoy, como un derecho al “bien estar”. Sin embargo, creo que este impacto creará un marco más favorable para recuperar un estado social más justo en el que educación, justicia, sanidad, y seguridad prevalecerán sobre otros atributos, muy practicados hoy en día por la política clientelar de compra de votos y creación de falsa riqueza apalancada en endeudamientos insoportables a medio plazo, todo ello en detrimento de la exigencia de un recto comportamiento a todos los ciudadanos. Merece la pena recordar que el artículo 1 de nuestra Constitución define a España “como un Estado social y democrático de Derecho”, lo que es muy distinto del llamado Estado del “Bien Estar”, que tanto empalaga a muchos.
La crisis económica será complicada porque se juntarán tres crisis. Una de demanda; pienso que el consumo no volverá a ser lo mismo y que costará volver a arrancar. Me parece que, afortunadamente, el desenfreno vivido de consumo inútil y, ¡lo que es peor!, apalancado en deuda, por más rédito electoral que tenga, tardará mucho tiempo en volver. Promover y fomentar el consumo desenfrenado a través del crédito es un atentado a la sostenibilidad, a la naturaleza. La austeridad se impondrá como valor. Ya lo fue. También habrá una crisis de oferta porque la destrucción de capital y de ahorro será brutal, sobre todo el pequeño capital y ahorro que con tantísimo esfuerzo se ha generado y que es el soporte, junto con la educación, del progreso de las siguientes generaciones, como siempre ha sido. Sólo con mucho esfuerzo, austeridad, trabajo y prudente inversión se recuperará una parte del mismo. La falsa riqueza, como un espejismo, creada por el endeudamiento excesivo no va a volver y no debería hacerlo. La tercera crisis será la del sistema financiero, bancos y compañías de seguros, que absorberá el impacto de las pérdidas que le trasladen sus clientes más allá de su propio esfuerzo, y que a la vez deberá sostener la prudente financiación del nuevo sistema económico. Pienso que se hará mejor que en la crisis del 2008 porque, aquí sí, el plan de continuidad de negocio del sistema financiero ha permitido mediante una regulación pública, sabia y prudente y una supervisión también pública, exigente, mejorar la capitalización (recordemos que el capital está para afrontar pérdidas “inesperadas” como las que se van a dar) y una mejor liquidez gracias a una buena actuación de los Bancos Centrales que, afortunadamente, cuentan con experiencia de gestión curtida y experimentada en la anterior crisis y que siguen resistiendo la acometida que a su independencia hacen algunos políticos desnortados.
La triple combinación de la crisis de demanda, de oferta y sistema financiero parece mortal de necesidad pero no lo será si tomamos las decisiones adecuadas a medio y largo plazo, por más exigentes y contraindicadas para el rédito electoral que éstas puedan parecer. Anima mucho pensar que como consecuencia de esta crisis puede producirse una recuperación de valores en favor de un mundo más justo y más libre. Un ejercicio de discernimiento por parte de las personas que tienen más responsabilidades en estos momentos es un ejercicio exigible y que habrá que valorar en el futuro.
Para ello me parece imprescindible, un sistema de gobierno basado en amplias mayorías, de coalición o con pactos, pero amplio y no sectario. También una colaboración público-privada como nunca se ha hecho hasta ahora. Podremos disculpar el error pero no el empecinamiento en el mismo. Los que por ideología no compartan esta colaboración, más necesaria que nunca, serán responsables de la devastación. La gratuidad no existe y es el momento de compartir con lealtad, las decisiones entre gobierno y oposición en el escenario de fragilidad en el que estamos, y en el que el riesgo operacional, junto con el de liquidez devienen críticos a corto.
La crisis del 2008, en España 2010 en adelante, nos enseñó cómo podemos superar un gravísimo problema como el que tuvimos. Se hizo gracias a una actuación heroica de los ciudadanos en clave de solidaridad familiar pocas veces vista y nunca suficientemente ponderada. Abuelos dando soporte a familias enteras, cuñados solidarios, amigos generosos…y todo ello en un contexto de gestión pública deficiente, ¡otra vez los tiempos! que negó la crisis en el 2007 pero que supo reaccionar a partir del 2010 y muy especialmente a partir de llegar agosto de 2011 es cuando nuestros socios europeos tuvieron que empezar a socorrernos hasta la situación límite en 2012, con la cuasi intervención de nuestro país. Siempre tendremos que agradecer que en aquellos momentos tan difíciles, la colaboración público-privada, gobiernos finalmente implicados y unos socios europeos responsables permitieran solventar la situación. Debería servir de lección.
Ahora esta crisis llega en una situación mejor que la que teníamos en 2008 porque al final se hicieron los deberes, mal que les pese a algunos. Sirva como ejemplo y es de capital importancia, la buena gestión de los ayuntamientos (pública) o del sistema financiero (privado) mediante una muy dolorosa reestructuración. Sin embargo no hemos llegado a tiempo para corregir el exceso de endeudamiento público (Estado y Comunidades Autónomas) respecto a las mejores prácticas de los mejores de entre nuestros socios europeos. Por lo tanto, volverá a hacer falta un gran esfuerzo de solidaridad, muy exigido por las debilidades estructurales que deberíamos haber corregido pero, repito, con un mejor punto de partida que el que tuvimos en la crisis pasada. No estamos solos, como sí lo estuvimos en su día cuando el Plan Marshall ayudó al esfuerzo de recuperación en toda Europa. No lo tuvimos pero sí recuperamos, tarde y con un coste elevadísimo para lo que podría haber sido.
Hoy tenemos la suerte de contar con el apoyo de nuestros socios europeos. Como suele suceder con las primeras decisiones, comentario en tiempos y cantidades, estos no comparan bien con las tomadas por otras Administraciones pero, también y como en otras ocasiones, sabemos que al final el “tiro” se corregirá y se corregirá bien. Una cosa es gestionar un Estado y otra, una unión de Estados ¡qué difícil! También aquí esta crisis puede tener consecuencias positivas. El Reino Unido ha salido en un loable ejercicio de coherencia porque nunca aceptaron el principio fundacional de la unión política. Me parece que esta crisis exigirá que otros países extremistas en sus regímenes de gobierno o extremistas para la aprobación de medidas que la construcción europea exige en favor de sacrificios solidarios, deberían también retirarse o resituarse en un proyecto común pero de construcción a varias velocidades. Es cierto que algunas posiciones como la de Holanda nos han servido para reflexionar y contrastar en un buen ejercicio de discernimiento y bienvenidas sean las diferencias si finalmente hay acuerdo. Otras posiciones no tanto. Participé como un veinteañero ilusionado en el equipo que negoció la adhesión de España al Mercado Común y en la redacción de algún artículo de nuestra Constitución, necesario para la misma. Ambos hechos han sido piedra angular del progreso de nuestro país. Lo he pensado mucho pero estoy convencido de que a partir de ahora avanzaremos mejor en una muy difícil recuperación europea para lo que es urgente el avance para la unión política si nos concentramos en una primera velocidad: Alemania, Francia, Italia, Portugal y España, quizás, alguno más. En una crisis como la que viene con una derivada en favor de posible enfrentamiento global de bloques, la supervivencia de nuestros valores está en ser parte constitutiva de uno de ellos, aunque sea el más pequeño, la Unión Europea. Esta crisis debería acelerar el proyecto de unión política y los pasos previos, sirviendo como ejemplo un acuerdo sobre eurobonos y la finalización de la unión bancaria. El otro punto de apoyo, nuestra
Constitución, y su art. 1, serán el soporte más importante de nuestra recuperación.