Toques de atención a la política monetaria extrema y la emergencia de la economía zombie

31 octubre, 2019   0 Comentarios

En 2017 tuvimos un crecimiento mundial sincronizado. 2018 supuso un crecimiento dispar. Ahora el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha alertado que la economía mundial ha iniciado una fase de desaceleración sincronizada que afecta al 90% de los países. Creo que este cambio de tendencia se debe principalmente al agotamiento de un ciclo corto generado a partir de la crisis del 2008 mediante medidas de política monetaria heterodoxa: facilidades cuantitativas de compra de deuda nunca hechas por estos importes y fijación de tipos de interés ultrabajos, tampoco practicados. Además la necesaria política fiscal se ha quedado casi sin margen de maniobra por los excesos cometidos mediante déficits abultados que han generado una montaña de deuda (285,2% del PIB mundial) que hipoteca el futuro. Una recesión global, cifras FMI, podría elevar hasta 19 billones de dólares el riesgo de impago de la misma.

La situación se agrava con el estancamiento del comercio ante la escalada proteccionista que no solo se circunscribe a EEUU y China, sino que también afecta a la UE. Un contexto que ha contribuido, junto al deterioro de la producción industrial y la fragilidad del escenario geopolítico, a aumentar la incertidumbre y a erosionar la confianza y las expectativas del sector privado (familias y empresas) que percibe, pese a la propaganda oficial acomodaticia, un escenario nuevo en el que la fragilidad se superpone por primera vez en mucho tiempo a la incertidumbre.

La situación será de muy difícil manejo si se produce una nueva crisis porque nos hemos quedado casi sin margen de maniobra. Lo que no se ha querido gestionar mediante decisiones de tipo estructural (la estructura es cada vez más disfuncional) se corregirá abruptamente.

La buena noticia es que, por el momento, el FMI aleja, en sus previsiones, la posibilidad de que se produzca una recesión global al situar próximos avances del PIB mundial por encima del 2,5% anual, en concreto en un 3% en 2019 y en un 3,4% en 2020, si bien advierte de la existencia de riesgos crecientes que deberán afrontar las autoridades políticas y económicas. Entre ellos, se destaca la eficacia futura del actual diseño de la política monetaria y sus repercusiones sobre la estabilidad del sistema financiero, especialmente en un entorno de baja inflación, tipos de interés negativos, baja productividad y deterioro de las perspectivas económicas. Vivimos una contención de precios que se explica por los avances tecnológicos, la internacionalización de las cadenas de valor, la moderación en el precio de las materias primas, el aumento del peso del sector servicios, las menores expectativas inflacionistas de los consumidores y el envejecimiento de la población. En otras palabras, por más que se quiera estimular la economía excitando el consumo público y privado mediante deuda, esto no funciona porque, estructuralmente, ni cabe más consumo, ni las condiciones objetivas permitirán la plena utilización de la capacidad productiva, siempre creciente por los avances de la revolución tecnológica y porque la subsistencia de una economía “ZOMBIE” mantiene en el mercado a Gobiernos y Empresas que, en circunstancias normales, deberían haber desaparecido. Todo ello en detrimento de Gobiernos, Familias y Empresas de recto comportamiento.

Esta economía ZOMBIE mantiene un exceso de capacidad en el mercado que se corregiría con una subida de tipos de interés pero que, dependiendo de su intensidad, podría provocar efectos devastadores en el empleo. En cambio, se abre una gran oportunidad para hacer desaparecer a estos jugadores, dopados por los bajos tipo de interés, mediante medidas de creciente exigencia de calidad de empleo y medioambientales. Como en las películas… pero sin héroes salvadores, por el momento. Tampoco veo la productividad, la parte más importante de la solución, mejorando, especialmente en Europa.

La preocupación del FMI sobre la actual política monetaria coincide con la expresada en el memorándum elaborado por seis destacados antiguos cargos del BCE y de los Bancos Centrales de Alemania, Francia, Austria y Países Bajos. Manifiestan su inquietud por el tono acomodaticio de la política monetaria del BCE, que condiciona negativamente su capacidad de reacción ante la desaceleración económica y los riesgos asociados al Brexit y a la guerra comercial. También por el erróneo diagnóstico de la evolución de la inflación en la Eurozona.

También alertan de la pérdida de eficacia de la política monetaria del BCE tras años de expansión cuantitativa y de reducción de los tipos de interés de la facilidad de depósito para impulsar el crecimiento y, creo que es importante, de la posibilidad de que con este diseño se esté financiando a los países de la Eurozona con mayor nivel de deuda pública, lo que está prohibido en el Tratado de Maastricht. Si esto fuera discutible, que no me lo parece, cuando menos está empujando a los Gobiernos de los países más incumplidores a continuar por un camino de política electoral clientelar a costa de nuevos déficits y, por tanto, creando nueva deuda que podría acabar siendo insoportable, por más que los socios europeos que todavía tienen margen de política fiscal intenten corregir los desequilibrios de sus socios más cortoplacistas y más imprudentes.

En este sentido y, es la cuarta consecutiva, tenemos reprimenda de Bruselas para España por el nuevo plan presupuestario. Esta vez por escrito: riesgo de desviación significativo sobre los objetivos de déficit y deuda acordados para 2019 y 2020. ¿Tendrán que volver a llamarnos la atención como en el 5 de agosto de 2011 y poner nuevas condiciones de actuación como se tuvo que hacer con la ley orgánica 2/2012 de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera, cuyo preámbulo es de obligada lectura?

Un entorno de bajos tipos de interés, incluso negativos, y deuda creciente perjudica a futuro no solo la sostenibilidad de las entidades financieras, sino también la del ahorro de empresas y familias, lo que podría generar la “zombificación”, a la que ya hemos hecho referencia, de la economía. Es   un escenario en el que la reducción del stock de capital, de la ratio capital/trabajador y, por tanto, del avance de la productividad limitarán el crecimiento económico y el progreso social, especialmente de las generaciones más jóvenes.

Esta política monetaria tan agresiva también plantea un problema de calidad democrática del sistema porque podría suponer, al aplicar tipos negativos, una carga sobre el ahorro, lo que equivale a un impuesto sobre la riqueza que se genera en decisiones de organismos administrativos, Bancos Centrales, sin que sea aprobado por el Parlamento correspondiente. Vale la pena recordar que ha costado siglos alcanzar el logro democrático: “no taxation without representation” y que si la puerta de atrás es un atajo para evitarlo, lo que procedería es cerrarlo. También plantea un problema de convivencia social por cuanto una parte de riqueza generada por la apreciación de los activos de inversión, valores, renta fija e inmuebles principalmente, produce un efecto desigualdad artificial exagerado e injusto.

En positivo, es indudable y elogiable el papel determinante que ha liderado el BCE en la última década para favorecer la recuperación económica de la Eurozona tras la Gran Recesión. Sin embargo, ante la fragilidad del crecimiento y del escenario geopolítico global, el escaso margen de actuación que presenta la política monetaria y, en algunos países como España, también la fiscal, es necesario que los gobiernos acometan reformas estructurales, especialmente de oferta, antes de que, de continuar así, se produjera una nueva recesión en la que las consecuencias serían proporcionales a los problemas creados por los excesos monetarios y fiscales, muy útiles en su momento pero en exceso acomodaticios en el actual.

Me dirán que estimular la demanda a través del consumo es contribuir al crecimiento y para ello más crédito y más deuda, funcionan como gasolina. Claro que sí, pero no más allá de los límites que marcan una política de oferta que equilibre la ecuación y, tozudamente, en contra de fenómenos estructurales como la deuda ajustada al capital en juego, la nueva pirámide demográfica, el rápido deterioro de valores y talento, la sostenibilidad ambiental y la evolución de la productividad. Los excesos se pagan.

Dicen que fue en 1982 cuando George W. Bush, Vicepresidente del Gobierno de Estados Unidos, hizo la reflexión “Starving the beast”. Ante la avalancha de propuestas demócratas que engordarían el Gobierno Federal, la contramedida debería ser aumentar el gasto y bajar impuestos, para dejarles sin espacio de maniobra. “Matar de hambre a la bestia”. Así fue, pero la maniobra continuó…la “bestia” sobrevivió que ahora es un zombie con deuda que alcanza récords históricos. Aquellos barros, estos lodos, que dicen…


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