El regreso de la política, ¿zombi?
Junio 2016
Vivimos una etapa de volatilidad e incertidumbre mayor a lo que estábamos acostumbrados durante los últimos 50 años; un período que podemos calificar de “gran estabilidad” y que ahora acaba en un final de doble ciclo económico acompañado de una revolución tecnológica formidable.
Las ideas y con ellas los valores políticos y económicos que han sustentado este período han sido, fundamentalmente, el imperio de la ley, la libertad y responsabilidad individual, la igualdad de oportunidades, la propiedad privada, la igualdad ante la justicia, el riesgo y su recompensa, la preeminencia de lo privado, la justicia conmutativa,contributiva y distributiva, la meritocracia. Es decir, una estructura institucional robusta pero que ya no forma parte del recetario o menú del día de los partidos políticos que han sustituido estos valores por una propuesta más simple que sintoniza con un talante mucho más conservador de la sociedad actual que aspira, fundamentalmente, a la protección permanente de un Estado omnipresente y supuestamente omnisciente y todopoderoso, capaz de mantener un bienestar alto sin las contrapartidas que esto exige. Juego sucio.
Efectivamente, populismos de extrema derecha o izquierda venden un retorno al confort del claustro materno en forma de un Estado proveedor de seguridad, que neutraliza los riesgos inherentes que suponen la responsabilidad y el esfuerzo individual. Fórmulas mágicas, elixires todopoderosos que alienan voluntades en favor de una casta dirigente que proveerá con éxito gracias a una transformación total a lo público.
El desafío que ha planteado la crisis económica de 2008 y las políticas de reparación tan eficaces en el corto plazo que se han implantado, fundamentalmente monetarias pero también fiscales, abren una interrogante de reto considerable para el futuro, una vez que la percepción de “final de etapa” empieza a ser intuida por el general de la población que ha cambiado su comportamiento económico y sobre todo financiero en clave de desconfianza y gran precaución: hay miedo al futuro. Este es otro componente conservador de la sociedad actual que potencia el comentado más arriba.
El activismo gubernamental desarrollado en estos últimos 8 años por razón de urgencia con una política monetaria muy agresiva a través de Bancos Centrales ha acabado trasladando la responsabilidad del crecimiento a estos mismos, cuando esto ni ha sido así, ni puede serlo en el futuro. Efectivamente, este éxito monetario, que ha evitado el abismo, empieza a ser contraproducente, por cuanto retrasa las necesarias adaptaciones posteriores, sobre todo estructurales, que deberán apalancar el futuro crecimiento y bienestar asociado al mismo. Esto incomoda y la mirada al pasado deviene nostálgica y sesgada, lo que facilita la aparición “zombi” de modelos en su día fracasados.
Ahora bien, ¿qué política está emergiendo? El panorama no es halagüeño. Vemos, en todo el mundo, un nuevo tipo de tensiones en los sistemos políticos, hasta ahora estables. La irrupción de Donald Trump como candidato del Partido republicano en EE.UU, el auge de la extrema derecha y los verdes en Austria frente a los tradicionales socialistas y democracristianos, la gran tensión política institucional derivada del “impeachment” contra Dilma Rouseff, el desconcierto de la socialdemocracia europea, la crítica a las élites políticas y económicas tradicionales…. También el recurso a las viejas ideas ¡otra vez el conservadurismo! que buscan cortocircuitar el libre comercio, resucitando barreras arancelarias y técnicas, cuando no físicas modelo Trump, abortar nuevos acuerdos de libre circulación de trabajadores mercancías y capitales internacionales, castigar el ahorro frente al consumo, vivir de prestado y a corto con balanzas de pagos negativas, recuperar la cerrazón o autarquía por “miedo” al otro… Se olvidan hechos tan básicos como que los paises triunfadores en crecimiento y estabilidad han tenido ahorro positivo y balanza comercial y de pagos positiva, para cautivar a la población con aislacionismos supuestamente más favorables pero que en realidad lo que permiten es una mejor manipulación de la sociedad.
Vemos con preocupación estos fenómenos en la campaña electoral en EE.UU, especialmente en el bando Trump que apunta tentaciones de involución y cierre o en la cerrazón política y apriorística al TTIP en Europa pero ahora también en EE.UU. En paralelo, y como hemos dicho, el sesgo de pensamiento dominante propugna mantener una propuesta de política monetaria que todo lo arreglará sin necesidad de hacer mayores esfuerzos, llegando incluso a acariciar la idea del “helicóptero”, que recuerda ¡valga la preocupación añadida! la épica bíblica del “maná” caído del cielo. Una falacia que exige tanta fe como la que ahora piden los extremismos políticos y que tan fácilmente se concede por unos ciudadanos desorientados, temerosos a los riesgos e incertidumbres y más conservadores que nunca. La nostalgia y la mirada al pasado chocan con un futuro mejor y la gran oportunidad que se nos brinda para ello.
La política exige un nuevo protagonismo porque la magnitud de los problemas económicos y sociales, típicos de fin de ciclo, los ha convertido en problemas cuya solución es política. Es por ello que la banalidad, superficialidad y cortoplacismo del debate político actual, ajeno al desafío de un entorno de cambio acelerado pero en clara coincidencia de longitud de onda con un público adormecido con tendencia a la irresponsabilidad o, aún peor, cómodo en una situación de fe ciega en un Estado benefactor, conduce a movimientos más viscerales que racionales, ya testados en el pasado con resultados deficientes. Estamos pasando de un mundo de ciudadanos libres a otro de consumidores protegidos.
La política ha vuelto con una intensidad desconocida en nuestras vidas por el creciente protagonismo de lo público, pero sin el nivel de alta exigencia que necesitamos en el debate de las ideas y en el liderazgo de sus actores.